Rocío Gómez | Llegaste al mundo una fría madrugada de diciembre, la víspera de la jornada de la diosa fortuna, horas antes de que empezaran a girar en Madrid los bombos de la lotería de navidad, directo desde mi vientre al regazo de tu abuela Ascensión. El mejor regalo de pascua de tu abuela, auténtica artífice de tu vida, y ahora ángel de tu guarda desde la luna, nuestra luna. “Por fin vas a saber lo que es querer de verdad y lo que yo te quiero, Rocío”, me dijo. Y así fue, no hay como ser madre para comprender el amor materno, noble, incondicional e infinitamente generoso.
Llegaste a mi mundo para llenarlo de luz, de alegría, de amor, de responsabilidad, de miedos, de nuevas enseñanzas, de ilusiones, de más amigos, también de culpabilidades y renuncias, por esa quimera que nos han vendido de la conciliación. Apareciste, hace cuatro años, como el más preciado y deseado premio de navidad, precisamente una de las épocas que más disfrutábamos en casa, y de la que estos días gozas tú con flamante ilusión infantil.

Durante estos cuatro años ha habido otras muchas noches de insomnio y preocupación, pero han sido más los días de calma, de felicidad sencilla. Las pequeñas cosas, la cotidianeidad tomó una nueva dimensión desde que estás, y cualquier acontecimiento, por intrascendente que sea, se desenvuelve o resuelve como la más divertida de las aventuras… Como mágico es, a tu lado, desaprender a ser mayor para redescubrir el mundo con tus ojos.
Pero sin duda, si cada día doy las gracias a la vida por tenerte es por la energía positiva que me inyectas en vena cada mañana, una fuerza que me ayuda a afrontar con decisión cada obstáculo que se presenta, y no son pocos en un entorno que tiende a hacer de la mediocridad, lo efímero, el individualismo, el prejuicio gratuito y el provincianismo mal entendido su norma de vida.
Llegaste al mundo para revelarme que la vida es más completa cuando tienes a un pequeño ser de quien cuidar, por quien preocuparte, a quien amar sin límites ni condiciones, y que no eran tales las complejidades que imaginaba antes de tenerte. Por el contrario, mis pequeñas cruzadas encuentran ahora mayor justificación, quiero ser mejor persona por ti y también me rebelo con más esperanzas, las de legarte un mundo mejor, más justo, saludable y confortable.
Cuatro años en mi vida, cuatro años de vida por los que te doy las gracias, Fernando. Y también a ti, madre, mil gracias por tu obsesivo empeño en convertirte en abuela, para descubrirme la inmensidad de tu amor y lanzarme, por fin, a la más maravillosa de las experiencias que puede vivir una mujer, la maternidad.