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Manuel García | Desde que empezó esta espiral de sin sentidos nadie se ha parado a explicar a la ciudadanía los motivos reales de las acciones que se están llevando a cabo. Ni siquiera nos han explicado por qué hemos llegado a esta situación. Las únicas explicaciones son a base de eufemismos que lo único que provocan es mayor indignación por una serie de medidas, que no hay que ser muy avispado para comprender, que nos están llevando al abismo social. Espacio patrocinado

Manuel García | Desde que empezó esta espiral de sin sentidos nadie se ha parado a explicar a la ciudadanía los motivos reales de las acciones que se están llevando a cabo. Ni siquiera nos han explicado por qué hemos llegado a esta situación. Las únicas explicaciones son a base de eufemismos que lo único que provocan es mayor indignación por una serie de medidas, que no hay que ser muy avispado para comprender, que nos están llevando al abismo social.

A finales de los 90, en una conversación que mantuve con un profesor de filología hispánica de la universidad de Viena, en la propia capital austriaca, recuerdo que auguraba un futuro en el que imperaba un capitalismo más social. Era la época en la que recién derrotado el comunismo, todo el mundo civilizado abrazaba al capitalismo neoliberal como única opción posible.

A modo de cantos de sirenas, llevándonos a la plena felicidad del consumismo, fuimos dejando que nos comieran terreno.

Primero, permitimos que el estado dejara de controlar los servicios básicos.

Segundo, permitimos que el sector privado controlara la tierra donde vivimos.

Luego vino la inflación no compensada con subidas de sueldo en igual medida y permitimos que nos empobrecieran. Aunque no lo sabíamos porque nos permitían consumir por encima de nuestras posibilidades, a base de crédito con dinero ficticio aunque con intereses y consecuencias reales.

Hemos permitido que prostituyan nuestro país a base de prima de riesgo, cediendo competencias y entregando como sacrificio los pilares de nuestro estado del bienestar: sanidad, pensiones, educación y dependencia.

Aún me río de aquella conversación en la que un escéptico joven no podía entender cómo conjugar capitalismo y socialización. Cómo conjugar la avaricia con la solidaridad y el poder del dinero con la justicia.

Hemos vivido en un nirvana, y mientras duró el ensueño, no nos dimos cuenta que nos lo quitaban todo. Ahora, resacosos, no somos capaces más que mirarnos al ombligo y echarle las culpas a judíos y proxenetas, sin darnos cuenta que los verdaderos responsables de esto somos nosotros, los que permitimos con nuestra omisión que nos gobiernen tiburones. Y aunque nos sorprenda, los tiburones siempre se comportan según su naturaleza.


Al final, aunque sea por dignidad, tendremos que recordar que la piedra gana a la tijera.

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