Rocío Gómez | “Yo quiero que en navidad se reúna mi familia tanto paterna como materna y que mis abuelos resuciten y pasar las navidades con ellos, y decirle a mi familia que no me importan los regalos solo su salud. Que nunca me olviden pase lo que pase que me quieran siempre. Yo quiero que termine la crisis y que no haya más gente en paro. Quiero que no haya pobreza en el mundo y que tengamos comida todos”.
Este
deseo me entregó hace unos días, en forma de carta, una niña pileña llamada
Nuria, una pequeña a quien no puedo poner rostro y a la que espero no haber
defraudado mucho durante el momento de la entrega. Porque esta entrañable
misiva no iba dirigida a mí, sino a sus Majestades los Reyes Magos de Oriente,
aunque no es extraño que cayera en mis manos…
Enfundada
en el traje del mago rubio, el mismo que lució mi padre hace algo más de veinte
años en la cabalgata del Ateneo Cultural Pileño, el viernes pasado viví una de
las experiencias más inolvidables de mi existencia, encarnar al rey Gaspar en
la fiesta de navidad del colegio de mi hijo, el Virgen del Rocío, acompañada de
otras dos madres-magas, Inés y Mónica.
Hasta
el momento de la lectura de la carta de Nuria, y la de otros muchos niños que
me han sorprendido con deseos similares
(Verónica, Daniel, Ángel, Juan Manuel…), creía haber visto en el acto
del cole la máxima expresión de la FELICIDAD, así, en mayúscula. Y es verdad
que así fue, la vi y disfruté en la cara de los niños de la familia y amigos,
de cuyas travesuras tanto sabía Gaspar.
En
la de mi propio hijo, expectante ante las proféticas palabras del rey sabio. En
la sonrisa de la sobrina de mi amigo Fernando, incrédula ante los contactos que
su tío mantiene con la realeza o en la de los niños a los que llamaba por su
nombre (casi me dejo los ojos buscándolos en las cartas antes de abrirlas). En
las caricias de los que acogía en mi regazo para la foto o en las titubeantes
respuestas de los más traviesos.
Ahora
sé que además de esa felicidad espontánea, a muchos niños y niñas les brillaron
los ojos ante sus majestades porque
vieron en los de Oriente la magia que alienta a soñar con un mundo mejor, sin
crisis, sin paro, sin hambre, sin guerras, sin enfermedades, sin odios ni
desencuentros familiares, sin distancias, sin pérdidas... Y me limito a recoger
algunos de los deseos que plasmaron en las cartas que esta tarde he leído con
congoja y emoción.
Dijo
el poeta cubano José Martí que “en esta vida hay que hacer tres cosas: escribir
un libro, plantar un árbol y tener un hijo”. Yo añadiría una cuarta, vivir la
maravillosa experiencia de ser Mago de Oriente, para recordar la inocencia que
otra vez tuvimos, pero también para descubrir otras zonas de la infancia que a
veces pasan desapercibidas a los ojos adultos y que tienen que ver con la enorme
fragilidad y sensibilidad que suelen esconder en su interior los más pequeños.
Gracias
a esta preciosa experiencia, estas navidades, cuando esté sentada con mi
familia intentando aparentar una normalidad que perdimos hace algo más de tres
años, me sentiré especialmente cercana a la pequeña Nuria, la niña pileña que
no ha pedido juguetes para Reyes porque tiene otros deseos que la harían más
feliz, como recuperar la vida de sus amados abuelos para pasar con ellos la
Nochebuena.
Y
voy a pedir a los de Oriente, a los de verdad, un deseo. Conocerte, querida Nuria,
para compartir contigo el dolor de esa pérdida que tan bien comprendo; explicarte
que es muy difícil, aunque no imposible, acabar con el hambre y la codicia en
el mundo; asegurarte que tus padres van a quererte siempre, “pase lo que pase”,
como pides en tu carta; y que, tarde o temprano, esperemos que más temprano que
tarde, la maldita crisis que está haciendo sufrir a tantísimas familias pileñas
algún día verá su fin. Seguro que
entonces, Nuria, hasta vuelve a brillar en las calles de Pilas la navidad.