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Rocío Gómez | Esta semana, aprovechando la celebración del 8 de Marzo, me gustaría responder a los que alguna vez se han preguntado por qué hay que celebrar un Día de la Mujer, a quienes piensan que ya está todo o casi todo conseguido, que las españolas del siglo XXI gozan de las mismas oportunidades y derechos que los hombres.
Sin negar que en las últimas décadas hemos dado pasos de gigante en la conquista de la igualdad, especialmente en el ámbito político y legislativo, es evidente que esta semana del calendario llama a poner en evidencia la persistencia de situaciones de desigualdad, que por razón del sexo, vulneran y/ o constriñen los derechos y oportunidades de las mujeres, como voy a intentar exponer con algunas reflexiones y datos.
Empecemos en el ámbito laboral y del empleo, para trazar las diferencias que más afectan al bolsillo, y a la postre, a la autonomía y libertad de las mujeres. España es el país europeo con una de las tasas más bajas de empleo femenino y Andalucía, la región donde se registra la mayor brecha salarial entre sexos, o lo que es lo mismo, una andaluza cobra un 33 por ciento menos de sueldo que su compañero, por idéntico trabajo y responsabilidad.

Y esto no acaba más que comenzar, a pesar de que cada día nos incorporamos más formadas y mejor preparadas que los hombres al mundo laboral (el 60 por ciento del alumnado universitario en la última década tenía nombre de mujer, según Amecopress, -cifra que continúa en alza-), nos seguimos llevando la palma de los contratos temporales, jornadas reducidas o trabajo sin declarar, situaciones que, por otro lado, permiten una mayor flexibilidad de horarios y la conciliación del trabajo con las tareas domésticas y de cuidado familiar. Prácticas laborales, en definitiva, que perpetúa que estas tareas sigan recayendo al final en las mismas de siempre.
Los mayores niveles educativos y el potencial profesional femenino no se ha reflejado tampoco en el acceso a los puestos de responsabilidad en el ámbito económico, ni en el político, el sindical, de la creatividad, los medios de comunicación, el saber o la cultura. Apenas alza el vuelo, la mujer encuentra sobre su cabeza lo que las expertas denominan un “techo de cristal”, una barrera invisible de género que obstaculiza su incursión en las altas esferas, donde se toman las decisiones, sin tener en cuenta nuestros criterios ni necesidades.

De hecho, ¿no han advertido el escaso número de mujeres que ocupan cargos de alto nivel?, ¿cuántas mujeres tenemos en los consejos empresariales, en los puestos elevados de la judicatura,  en los comités científicos o de sabios?, ¿no les apetecería probar a tener alguna vez una Presidenta del gobierno? Al ejemplo reciente de las primarias socialistas me remito, es muy complicado. Las mujeres que ocupan altos cargos, siguen siendo la excepción.


En el mundo empresarial, tampoco estamos mucho mejor, a pesar de los importantes avances registrados en los últimos tiempos. Según la Encuesta de Población Activa publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2010, las mujeres españolas siguen estando en la cola de Europa en este aspecto, y el I Plan Estratégico para la Igualdad de la Junta de Andalucía también nos deja cifras interesantes, por cada 10 personas autónomas, 7 son hombres y solo 3 mujeres. Datos que traducen  las enormes dificultades (de conciliación, maternidad, financiación, falta de apoyo y credibilidad, etc.) que encuentran las emprendedoras para arrancar, desarrollar y/o mantener su proyecto empresarial. Basta hablar con cualquier empresaria de nuestro municipio para conocer de primera mano estos inconvenientes.
Los empleos y empresas de mujeres también siguen unos patrones de género, siendo poco significativa la penetración femenina en los sectores económicos tradicionalmente más masculinizados, y viceversa. Algo tendrá que ver en ello los roles de género que interiorizamos desde la cuna y que nos persiguen a través de los juicios sociales, comenzando con los juguetes, que consolidan pautas tradicionalmente fijadas para cada uno de los géneros, y siguiendo con todo lo demás.

Y abordemos la corresponsabilidad, tan estrechamente relacionada con las imposiciones de género de nuestra milenaria cultura androcéntrica que, afortunadamente, y gracias al despliegue de esfuerzos de mujeres como la española Lidia Falcón, entre muchas otras, comienza a hacer aguas, con una progresiva flexibilización de los roles entre los hombres y las mujeres, y una mayor concienciación sobre la importancia de la corresponsabilidad de los padres en las tareas de cuidado familiar y doméstico.
Pero no nos engañemos, con tan solo echar un vistazo a las casas del vecindario reconoceremos el titánico esfuerzo que continúan haciendo las mujeres de la vida cotidiana para llevar sus casas y familias para adelante, con independencia de su situación laboral y responsabilidades sociales.

Son innumerables los estudios, datos estadísticos y cualitativos que demuestran que en los albores del siglo XXI, las principales responsables de la organización y planificación del hogar y el cuidado de las personas dependientes de la unidad familiar (sean mayores o menores de edad), siguen siendo mujeres, españolas o de otras nacionalidades  (algunas pueden llegar a invertir hasta 40 horas semanales más que sus parejas en estas tareas, según un estudio realizado por el Instituto BAKUN para el Grupo de Desarrollo Rural Aljarafe-Doñana-ADAD). Ellas son las “mulas de carga” (en palabra de algunas de las entrevistadas para este estudio) que tiran del carro del hogar.

Y más cifras, esta vez de la Junta de Andalucía, más del 80% de las mujeres compagina su trabajo con las labores del hogar, mientras del lado masculino sólo lo hace el 36%. Este sobreesfuerzo de las mujeres en el ámbito familiar tiene también otro efecto perverso, reduce su participación en la vida social y/o política, en las estructuras de poder y toma de decisiones. Pero sobre esto, si os parece, me ocuparé en otra ocasión, porque el tema que traigo hoy a esta tribuna tiene muchos, muchísimos matices que tratar.
En definitiva, si contando con un marco legislativo modélico, que está sirviendo de ejemplo para otros países, y políticas e instrumentos desde los que se está trabajando tan duro para lograr la equidad, aún nos queda tanto por hacer para deshacer el género, tan íntimamente ligado a la cultura patriarcal, una cultura que de forma hegemónica hunde sus raíces en la noche de los tiempos, ¿han pensado lo que puede suceder si damos un paso atrás?  Mal que me pese, sigue habiendo motivos, muchos, para celebrar el 8 de Marzo. 




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