Rocío Gómez | Fortuito
o provocado, hay pocas experiencias en la vida de una mujer más dolorosas que
un aborto. Estoy segura que muchas mujeres que han comenzado a leer este
artículo lo han vivido en carnes propias y saben perfectamente de lo que hablo.
También en el primero de los casos, pero especialmente en el segundo, plantea interrogantes que vagan durante años
en el subconsciente femenimo, genera miedos y desconfianzas, provoca aniversarios
de dolor, puede dejar rastros físicos y, sobre todo, produce un desgarro
emocional brutal, que en ocasiones deviene en episodios depresivos, de
angustia, tristeza o culpabilidad.
Pese a
todo, se me ocurre un motivo infinitamente mayor de quebranto, la enfermedad congénita
incurable e intratable de un hijo. No puedo imaginar mayor tormento para una
madre, y en general para todo el entorno familiar, que el padecimiento de un
hijo condenado desde el vientre materno al sufrimiento, incapacitado para vivir
con dignidad y bajo un mínimo escenario de calidad vital. Convivir cada día con
este drama es luchar por una supervivencia frustrada y frustrante desde el
mismo principio, y debe ser una experiencia extenuante y amarga, que nadie
merece soportar.
A
esta experiencia abocará el Ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón a
muchas mujeres y familias españolas si sigue adelante con la polémica reforma
de la ley del aborto que anunció la semana pasada. La penúltima “Gallardonada” (este
hombre no para de regalarnos titulares decimonónicos, especialmente en materia
de género, y probablemente haya soltado otro en el tiempo que este texto va de
mi portátil a las páginas de La Guía de Pilas.com), amenaza con eliminar la
malformación grave del feto como uno de los supuestos para interrumpir de forma
voluntaria del embarazo, una decisión a priori rechazada por la inmensa mayoría
de los españoles, incluidos los votantes del PP y los católicos practicantes,
según datos de una encuesta de Metroscopia que publicaba el domingo el diario
El País.
Pero
ni el rechazo mayoritario de la ciudadanía, ni la inoportunidad de la medida en
una época especialmente convulsa en lo económico, lo político y lo social,
parecen motivos suficientes para frenar al Ministro para el que la auténtica
mujer es la mujer que tiene hijos, que a vuelta de unos meses contará con la
holgada mayoría parlamentaria del partido en el gobierno para aprobar una ley a
todas luces innecesaria, injusta y retrógrada. Un marco legislativo que va a
suponer un importante retroceso en la libertad de decisión de las mujeres sobre
su maternidad y su salud y la de sus descendientes, y que nos colocará nuevamente
en la cola de Europa, donde la mayoría de países cuentan con una ley de plazos
similar a la nuestra.
Estoy
convencida que ninguna mujer quiere ni querría verse en la tesitura de tener
que abordar una decisión tan difícil y angustiosa como abortar, en cuyo
caso, la vigente Ley de salud sexual y
reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, plantea un marco
normativo que hace posible la toma de esta decisión con libertad y garantías
sanitarias. Esta ley no obliga, ofrece garantías legales ante una durísima
realidad, casi siempre contextualizada en situaciones personales, sociales,
económicas o de salud muy complejas y delicadas.
La
ley que plantea Gallardón, por el contrario, cercenará la libertad de decisión
de la mujer ante una decisión que solo a ella y a su entorno familiar más
cercano concierne, si ella así lo decide; una decisión siempre difícil, que
debe estar fundamentada en la conciencia y la libertad personal de la mujer, no
en la de Rouco Varela y sus secuaces. Pero además, este proyecto de ley
finalmente convertirá el aborto en delito, condenando a muchas mujeres sin
recursos a abortar en la clandestinidad, poniendo en riesgo su salud y sus
vidas, como ocurrió en un pasado no muy lejano en nuestro país y continúa pasando
en tantos otros lugares del planeta, donde el aborto no está regularizado o
está perseguido (100.000 mujeres mueren al año en abortos clandestinos, la
primera causa de mortalidad femenina en el mundo, me apunta Sole Morales).
Pero
no todo van a ser sombras en esta polémica reforma, una cosa es segura, el
destino Londres saldrá reforzado con todo esto. Las amigas de los hijos de
Gallardón, como antes lo hicieran sus madres, abuelas y tías, pondrán de moda
de nuevo los vuelos a la capital británica, un viaje en el que a la ida iban
dos y del que solo volvía una.