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Eloisa Reyes | Casi a mediados de septiembre, me siento frente al ordenador con la intención de crear un artículo que haga ver una cara amable de este mes lleno de sinsabores por la cantidad de gastos económicos que conlleva. En este mes, el de la calor del membrillo celebramos el verdeo. Y digo “celebramos” porque es una oportunidad muy esperada para quienes están pasándolo mal, ya que tienen un balón de oxígeno durante estos días si tienen la posibilidad de recoger la aceituna.


Esta actividad tan intrínseca a mi pueblo, últimamente está siendo teñida de un matiz más negativo a raíz de lo que ya sabemos todos. Hay muchas teorías acerca de cuándo y cómo se produce el efecto llamada que los induce a venir. Incluso hay quienes niegan la existencia de este efecto, si bien lo cierto es que año tras año se hace palpable en nuestras calles la llegada masiva de personas de procedencia extranjera en busca de un empleo en los olivares pileños.

Mucho se está hablando estos días sobre el tema de la inmigración, así como de las posibles consecuencias y reacciones de los gobernantes y autoridades en el entorno. No obstante, tal y como dije, prefiero ver el lado positivo a este mes de regreso de vacaciones (de quienes las hayan tenido), de colgar fotos de los viajes en las redes sociales (se está perdiendo la costumbre de revelar las fotos y meterlas en un álbum material), de contarse las historias y, cómo no, del inicio del curso escolar. Todo esto y mucho más se produce en  septiembre.

El pasado lunes y martes tuve la oportunidad de visitar los tres centros de educación infantil y primaria de la localidad, en los que vi muchos niños pequeños (algunos aun sin cumplir los tres añitos de edad) que, por primera vez, entrarían a las aulas acompañados de sus maestros y maestras. Estaban nerviosos, asustados, emocionados, sorprendidos… tanta multitud, tantos padres y madres agolpados para ser testigos del histórico momento debió ser un hito en sus cortas vidas.

Me llamó poderosamente la atención ver cómo los pequeñines entraban de uno en  uno respetando una fila caprichosamente ordenada, con una disciplina que ya quisieran los mayores. Fue precioso ver sus caras, la pureza de unos sentimientos primitivos y novedosos no tenía escondite tras los ojillos brillantes, tras aquellas sonrisas nerviosas y tras aquellos primeros pasos en un escenario con el que dentro de muy poco estarán completamente familiarizados. La otra cara del inicio del curso escolar estaba frente a los niños, tras las vallas.

 Los padres, con casi la misma confusión se sentimientos que sus hijos, entre otras cosas van a poder conciliar a partir de ahora la vida familiar y laboral. Dicho de otro modo, los quebraderos de cabeza de estos días atrás tienen solución. Ya no van a tener que recurrir a la cuidadora o a la familia, al tío, a la prima o a los cansados abuelos para que lidien con unos niños con una energía inagotable. No todos tienen la suerte de la que escribe, que cuenta con una madre que se merece lo mejor que hay en este mundo porque es una inagotable fuente de ayuda y amor. No tiene un mal día ni pone inconveniente alguno cuando tiene que quedarse con la niña porque tenga que irme a trabajar (o a hacer deporte, dicho sea de paso). Nunca voy a saber agradecerte esto que haces por mí…
Muchos padres ven como un alivio la escolarización de sus hijos, y no creo que sea por pura frivolidad, sino más bien porque no pueden hacerse cargo de ellos mientras desempeñan sus labores profesionales fuera de casa, durante jornadas interminables y extenuantes. A veces, cuando hablo con amigos, me cuentan que tener un hijo es un artículo de lujo en la actualidad, y en muchos aspectos les doy la razón. No solo en el plano económico, que lo es, sino en el plano sentimental.
En el trajín del día a día gastamos tanta energía, acumulamos tanta tensión, que a la hora de estar con nuestros hijos no le ofrecemos todo el amor que deberíamos, porque estamos, sencillamente, agotados. Luego asistimos a reuniones en los centros escolares y nos dicen los psicólogos que les transmitimos nuestro estrés a nuestros hijos. Muchos de ellos, algunos que no llegan apenas a los dos años, ya muestran síntomas de estrés, irritabilidad y cansancio debido a este círculo vicioso que nos ha tocado vivir. A algunos les parecerá exagerado, pero yo me lo creo, porque cada día, cuando despierto a mi niña, intento no “meterle prisa”. Ella no tiene por qué entender que me tenga que ir a trabajar. Ella lo que quiere es que le haga cosquillas, que juegue con ella y que le dé abrazos. Ni sabe ni tiene por qué saber qué es una jornada laboral, qué es un horario ni qué es el estrés.
Aprovechemos este mes de inicio de curso escolar, de curso político y de campaña de recogida de aceitunas para impulsar un curso nuevo, más delicado e imprescindible que los anteriores: el curso de padres y madres que no se estresan con sus hijos, que no se resisten a contarles un cuento o a cantarles una canción por más agotados que estén y que no se enfaden cuando no hacen lo que les decimos. Es hora de que sepamos ver la cara positiva de las cosas, así que empecemos por lo más elemental… 
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